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El espectro de la recesión

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El espectro de la recesión

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OPINIÓN


Bloomberg Businessweek

Hay palabras que asustan, y en el lenguaje económico, recesión es una de ellas.

Se asocia con una época de vacas flacas, con pérdidas de empleo, con empresas quebradas, con incapacidad para hacer frente a los créditos y, en general, con un deterioro de los niveles de vida de la mayoría de las personas.

Por esa razón, cuando en las últimas semanas se habla con más y más frecuencia de recesión, crece el miedo.

La última vez que vivimos una recesión en México y en el mundo fue entre los últimos meses de 2008 y la primera mitad de 2009. Ya tiene una década completa que no pasamos por ese trance.

Hemos vivido el periodo de expansión económica más largo que se haya presentado en Estados Unidos. Con la particularidad de que el crecimiento fue más bajo que en expansiones anteriores.

¿Hay posibilidad real de que tengamos una recesión mundial en los siguientes meses o este temor es solamente de un fantasma que se va a extinguir pronto?

En las recesiones es más sencillo hablar del pasado que del futuro. Empecemos por allí y luego regresamos a considerar las perspectivas.

En Estados Unidos, desde hace muchos años se definió que una asociación, The National Bureau of Economic Research, sería la encargada de caracterizar las fases del ciclo económico.

La primera recesión (o contracción económica) registrada empezó en junio de 1857 y duró 18 meses.

Hasta ahora, se han documentado 33 recesiones en la economía norteamericana.

Sin embargo, si solo consideramos un periodo más reciente, es decir, a partir de 1970, hay seis recesiones. La primera estuvo asociada a la crisis del petróleo en 1973; una de las más breves de las que se tenga registro, con solo seis meses de duración, ocurrió en 1980, al final del mandato del presidente Jimmy Carter; apenas un año después y con los niveles de tasas de interés más elevados de la historia, en julio de 1981, estalló una nueva crisis tras unos cuantos meses de que el presidente Ronald Reagan hubiera llegado a la Casa Blanca.

La siguiente recesión se presentó hasta 1991, durante el mandato de George Bush padre. Fue precisamente esa recesión la que motivó a los asesores de Bill Clinton, quien le ganó la presidencia pocos años después, a decir: “¡Es la economía, estúpidos!”.

El colapso de las empresas “dot com” y el reventón de su burbuja trajo consigo la siguiente recesión en 2001. Y, finalmente, en diciembre de 2007, se ha fechado el comienzo de la gran crisis que sacudió al sistema financiero mundial.

En México no existe una institución que se encargue de calificar los ciclos económicos y sus fases. Apenas el INEGI convocó a un grupo de expertos para trabajar sobre el tema.

Además, no tiene muchos años que se estima el PIB trimestral, así que el cálculo puede hacerse solo a partir de 1980.

Detectamos la primera recesión (usando el concepto de ‘recesión técnica’, con retroceso secuencial del PIB en dos trimestres al menos) a partir del primer trimestre de 1983, cuando arrancó el sexenio de Miguel de la Madrid en medio de la severa crisis que se gestó al final del periodo de López Portillo. La siguiente caída se presentó en el mismo sexenio, en 1986, cuando se desató la hiperinflación.

Tras el llamado “error de diciembre” se desató la siguiente recesión, en el primer semestre de 1995, al comenzar el sexenio de Ernesto Zedillo.

El siguiente retroceso de al menos dos trimestres consecutivos vino en el último cuarto de 2001, en la secuela de los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos, que sacudieron al mundo.

La última ocasión que se pudo caracterizar una recesión en México fue a partir del cuarto trimestre de 2008, cuando estalló la crisis financiera mundial.

El deseo de pronosticar las recesiones ha sido una de las obsesiones de los economistas. Sin embargo, se ha mostrado que, en términos generales, su anticipo ha sido fallido.

Un documento de trabajo del FMI titulado: “How well do economists forecast recessions?”, publicado en marzo de 2018, señala que a grandes rasgos los expertos fallan cuando hacen sus pronósticos y prácticamente detectan las recesiones cuando ya están encima. Se equivocan en los pronósticos de duración y profundidad. Y se equivocan igualmente instituciones multilaterales o públicas que privadas.

Ese análisis obliga a tomar con pinzas los consensos que hablan de una próxima recesión en Estados Unidos, aunque el análisis no puede desecharse.

Los indicadores, como la llamada “curva invertida” de tasas de interés, son indicios de que algo puede pasar, pero no pueden tomarse como evidencias incontrovertibles.

Así como hubo algunos expertos poco influyentes que anticiparon la gran crisis de 2008, ahora existe un grupo, minoritario en este momento, que considera que no hay suficientes evidencias para anticipar una recesión en los siguientes doce meses, salvo que una guerra comercial Estados Unidos-China escalara a niveles mucho mayores que los actuales y se generalizara a otras naciones.

En el caso de México, habiendo escapado de la llamada recesión técnica en el segundo trimestre de 2019, se ve muy remoto que pueda darse una recesión en el siguiente año, a menos que se presentara a escala internacional y generara un desplome de nuestras exportaciones.

Hay indicios, de hecho, de que el peor momento para la baja actividad económica ya pasó.

De hecho, si se hicieran buenos los pronósticos del consenso, veríamos un crecimiento de la economía de 1.2 por ciento en el segundo semestre del año. Esa cifra no es ninguna maravilla pero es mejor que el cero del primero.

Más allá de los pronósticos, los datos recientes de exportaciones no petroleras e importaciones de bienes intermedios muestran un crecimiento notable en julio.

Es demasiado temprano para decir que ya tocamos fondo y que veremos una reactivación, pero es un escenario que no es improbable, así las tasas de crecimiento sigan siendo bajas.

En la discusión sobre el riesgo de recesión hay también criterios políticos. El gobierno de López Obrador necesita sortear ese riesgo para evitar un descrédito de su estrategia, mientras los críticos buscan evidenciar el pobre desempeño de la economía en los primeros meses del nuevo gobierno.

A mi parecer, el principal riesgo para México no es la recesión. El principal peligro es que el bajo crecimiento se mantenga como un problema crónico.

De 2009 a 2018, la inversión fija bruta creció a una tasa anual promedio de 2.4 por ciento, completamente insuficiente para las necesidades de una economía dinámica.

Pero no se trata de un fenómeno asociado a una sola administración. En ese lapso de tiempo hay tres gobiernos diferentes, de tres fuerzas políticas distintas, y no se ha logrado detonar la inversión.

El riesgo más grande para la economía mexicana es que esa circunstancia adversa permanezca a lo largo del sexenio de López Obrador.

Por lo pronto, no hay suficientes evidencias aún para pensar en que es factible romper el mal crónico que este comportamiento representa.

Ojalá que en el futuro se presenten evidencias de que la historia pueda ser otra.

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