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El debate en orfandad

La Propia Política Sara Lozano

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El debate en orfandad

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La Propia Política Sara Lozano Fuente: Cortesía

Quienes adoran al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y quienes lo odian utilizan exactamente la misma fórmula de debate: descrédito, burlas, retos a justificar, decisiones tomadas o no tomadas. La negación del otro como premisa de origen. El mundo del “hubiera” se vuelve el Aleph –el de Borges– de posibilidades para hacer su punto; este universo de utopías o distopías se toma como si fueran verdad inexorable.

Es un debate huérfano, sin ton ni son, donde se usan palabras diferentes para simplificar –absurdamente– situaciones que, en su imaginario, demostrarán que la razón está de su lado. En toda la historia de la humanidad y de la literatura, este debate no ha logrado nada bueno. Un bando argumenta que tiene que defenderse del otro porque ha sido atacado, porque le dijeron “chairo/fifí”, porque los otros –los que difieren de mí– están ganando algo que considero indebido, porque manipulan la información, porque son ignorantes, convenencieros, mal intencionados, imbéciles por todos lados.

¿En estos términos, bajo estos prejuicios, quién quiere sentarse en la mesa de la construcción de nación?

Y el debate es bueno, sobre todo si evoluciona, si tiene como fin construir y no destruir. Hace 10 meses se expresó la voluntad de la mayoría en una democracia y el resultado fue democrático, y así es la democracia y así decidimos vivir. También queremos seguir siendo república, federal, democrática y laica, o si quisiéramos cambiar algo de esto, se vale. Expresar las inquietudes del cambio de un gobierno, se vale, pero ya tuvo su plazo; aplaudir/criticar lo que ocurre con las primeras decisiones del nuevo gobernante, también se vale y también ya venció su plazo.

No se fugaron los capitales, no se acabó la corrupción, ni se ha logrado reducir la violencia social. Eso, para bien/mal ya se estabilizó, ninguna de las posturas antagónicas –que aseguran conocer el futuro– ha tenido la razón, ni carece de ella. Ya es momento de sentarse a construir, de evolucionar un debate desajustadísimo, sin racionalidad de fondo. Darse cuerda para tener razón no va a hacer un mejor país, no va a mejorar las condiciones de vida –sí las puede empeorar–. Pero ya, por favor, aceptemos que el periodo crítico del ajuste cuando hay alternancia en el gobierno –cosa muy aplaudida en las democracias– ya lo brincamos. Toca conocer y ajustarse a los cambios de cada sexenio. Toca evolucionar el debate.

En el siglo XXI nadie puede creer lo que a mediados del siglo XX se justificaba con los judíos. Aterra el documental Einsatzgruppen, The Nazi Death Squads, la normalización de tener la razón, de la ausencia de reflexión, de una sociedad criada en el debate huérfano. O la banalidad del mal en Adolf Eichmann, finamente desmenuzado por Hanna Arendt, también entrenado para reflexionar y debatir hasta el final bajo la premisa de ostentar la razón y lo razonable.

Indistintamente de a quién le dé el gane la Historia, la actitud tiene nombre de fundamentalismo y ese debate no logra nada bueno. Recordemos los atentados en Sri Lanka este domingo de Pascua.

En México, el debate público está secuestrado por ambos bandos. Espero que sólo sean egos inflamados, intereses económicos alterados, represiones prolongadas que se mantienen en permanente catarsis, porque preocupa creer que alguien tiene la intención de cultivar esta polarización. Ese es un grave riesgo para ambos bandos, y para los que estamos en medio.

Honrar las palabras, cuidar las discusiones, al menos las que salen de redes personales; dejar crecer al debate, cultivar procesos reflexivos, crear –y criar– argumentos objetivos son vacunas para la paz.

La autora es Consejera Electoral en el estado de Nuevo León y promotora del cambio cultural a través de la Educación Cívica y la Participación Ciudadana.

Opine usted: saralozanoala@gmail.com

Twitter: @saraloal

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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