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‘Si le llaman animal… ¡No se ofenda’!: un camino para reivindicar a los filosofía en la sociedad

‘Si le llaman animal… ¡No se ofenda’!: un camino para reivindicar a los filosofía en la sociedad

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‘Si le llaman animal… ¡No se ofenda’!: un camino para reivindicar a los filosofía en la sociedad

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Después de más de 2 mil años errar, de andar por caminos equívocos y ganarse una valiosísima desconfianza, David Pastor Vico resume el para qué de la filosofía, sin rodeos y con mucho humor, en su más reciente libro, Filosofía para desconfiados:

“Que el mundo es una mierda es algo que muchos repiten sin cesar, creyendo que están descubriendo una gran verdad solo develada ante sus ojos. Lamentablemente no creo que nadie pueda adjudicarse el copyright de tan semejante verdad trascendental. Que el mundo es una mierda lo supieron en todo momento nuestros antepasados mientras corrían ante algún depredador por las sabanas africanas hace 200 mil años”.

Entonces, ¿qué nos diferencia de aquellos cazadores previos al homo sapiens sapiens? No mucho, dice el filósofo. Seguimos interpretando cada quien el mundo y la historia de ese mundo desde el agujero individual, sin mayores referencias que uno mismo. Un espejismo que se ha multiplicado en la era de las redes sociales y de los populismos crecientes, y del que sólo se puede salir pensando. Con esa forma peculiar de pensar que brinda la filosofía. Una disciplina que, hay que decir, ha venido de mucho a menos en el último siglo. Y a la que —enfatiza— mucho le ha faltado reconocer y entender que el ser humano es —sí, aunque apeste—, un animal.

 Muchas cosas, y en el siglo XX muchas más… El último intento de hacer filosofía para la gente fue el existencialismo francés, a partir de ahí esta se ha escondido en un lenguaje casi incomprensible, y ahora, quienes tienen algo que decir —con excepciones como Savater o Chomsky— no gozan de foros. Hemos hecho mal en creer que tenemos cierta verdad y que sólo la va a entender otro filósofo, nos hemos separado de la gente: el filósofo debería de estar en los programas de televisión de la mañana, en la radio, pero eso es una excepción. Esto hace un favor a quienes quieren manejar a la población. Muchos países intentan quitar la filosofía de los planes de estudio porque es incómoda, y lo es porque es útil. Los filósofos tenemos que reivindicar el sitio que nos toca en la sociedad.

 Porque no tiene un fin oculto, y el filósofo no pretende hacerse rico; no lo va a conseguir. El filósofo no es un coach ontológico.

 Tendría que ser profundamente empático, como Sócrates en el Ágora: se ponía en los zapatos del otro y lo ayudaba a parir la verdad; o como Merlí en la serie catalana, que le habla a los jóvenes en su mismo lenguaje e incentiva el pensamiento crítico en un momento en el que el individualismo se vende como la panacea mundial, cuando es lo que más problemas nos da.

 Lo que al ser humano: ser consciente de su animalidad, algo que empezamos a arrastrar desde Platón. La filosofía desde el primer momento intenta subirse a un plano muy elevado, el de la metafísica, y a esa parte animal se le dan condiciones peyorativas. A Aristóteles tampoco le gustaban mucho estas cuestiones más biológicas —incluso llegó a decir que la mujer tenía menos dientes en la boca que el hombre; ¡no le dio por contarle los dientes a ninguna!—; esto lo heredamos en el pensamiento de Occidente.

 Usted define al hombre como el único animal que tiene intrínseca la necesidad de confiar…

 Como animales gregarios necesitamos a los demás para ser y sobrevivir. Decir que el hombre es el animal que confía nos soluciona muchos problemas filosóficos. La sociología ya lo ha hecho. En EU, en 1968, estableció la confianza interpersonal como un rasgo que favorece el desarrollo de los países: mayor confianza significa menos corrupción y delincuencia.

 La confianza es un sustrato primero y la creencia es un desarrollo posterior, que precisa de un marco cultural. La definición más sensata de confiar es esperar que el otro cumpla su responsabilidad; en la tribu del homo sapiens descubrimos que cada uno asume que el otro hará lo que le toca.

¿Y qué pasa 200 mil años después, con los líderes populistas en la era de las redes? ¿Se cree o se confía en que harán lo que les toca?

 Las redes sociales, los líderes populistas o las seudociencias brindan una posibilidad de sublimar nuestra necesidad de confianza, ya pasada por el matiz cultural. Hay entonces seudoclanes —que no son el clan que da sentido a toda mi vida, sino son una construcción cultural que sirve para suplir esa necesidad de confianza— donde vemos un ejercicio de pulsión y confianza ciega, de creencia.

 Cuando estoy conectado a una red en la que nadie habla sino que sólo comparte información en espera del golpe de endorfina de un like, en ese momento me vuelvo más animal, porque me aíslo. La animalidad es la desconexión, la de lo que tenemos alrededor. Las redes son empresas que lo que quieren es que estemos el mayor tiempo conectados a ellas para convertir nuestra información en un producto de mercadeo.

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